Al llegar hay que decidir un ticket de seis posibles. Cada uno con un nombre, por ejemplo Renta, y eso te llevará a hacer cola ante un televisor durante un largo rato.
No te aclaras y acudes a la ventanilla de Información, pero no hay nadie. Preguntas al guardia jurado si va a volver el funcionario de la ventanilla y te dice que no es su tarea informar de eso. Aunque el de al lado dice: "No, si ya no hay nadie desde hace meses" y hace el gesto de la tijera con los dedos. Ya esta nueva realidad te pone en tu sitio. Empiezas a darte cuenta que ya no eres un ciudadano con derechos. El primero de todos. Que te atiendan como a una persona, ha desaparecido. Estás en Hacienda.
Tras elegir dos números diferentes, fui a mi primera ventanilla. Allí me mandaron a otra nueva diferente, no sin antes disfrutar del premio de la nueva espera. En esta segunda me volvieron a mandar a la primera. Me cabreé y por fin la señorita dejó de sonreir tontamente para llamar a su responsable. El cual no supo responder a mi pregunta. Tan sólo acertó a decir: "A mi no me consta". Yo le dije que a mi tampoco, que de hecho estaba allí por eso. Para que dejara de no constarme y convertirse en un cerciorarme. Pero nunca llegó a utilizar este segundo verbo. Y aunque el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Lo que ninguna ley dice, y debería, es que el desconocimiento del representante de la ley debería eximirle de su cargo.
Tras una hora y pico de espera y no conseguir nada de nada, salí de allí reptando cual cucaracha kafkiana. Y sin poner una reclamación, sabiendo que en este país es como masturbarse. Te desahoga pero nunca traerá a tus brazos a la criatura que esperas.
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